EL CENTRO DE LAS ENERGÍAS DEL UNIVERSO
Un viaje de novios son muchas horas de discusiones (siempre cordiales, hay que empezar con buen pie la relación), selección de posibles destinos, descarte de algunos de ellos en los que el desacuerdo es evidente, páginas de internet, búsqueda de opiniones de otros viajeros sobre esos lugares…Es decir, un trabajo agotador cuyo mejor premio es el viaje en sí, pero no solo por el placer del viaje, también por el placer de haber acabado ese arduo trabajo.
Pero por raro que suene, en esta ocasión, en nuestro caso, surgió una unanimidad (de dos, claro) sobre un destino no tan común para las lunas de miel, o al menos eso fue lo que me dijeron en la agencia de viajes.
Perú fue alzándose como triunfador de los destinos que barajábamos.
Y sí, Lima con su inenarrable gastronomía, Cuzco con su plaza porticada que los incas consideraban el centro energético del universo, MACHU PICCHU, en mayúsculas porque no puede ser de otra forma, que provocó nuestras lágrimas ante la emocionante mirada de su paciente pasar de los siglos, el lago Titicaca con sus islas flotantes tan tiernamente elaboradas, y un muy largo relato de lugares y situaciones que ya están para siempre en nuestro recuerdo.
Pero, a 3 horas de Lima algo nos acabó por enamorar, en uno de los desiertos más áridos del mundo, donde en algunos puntos no se tienen noticias de la última vez que llovió. Y en la costa de ese desierto, en la Reserva Nacional de Paracas, el Hotel Paracas Luxury Collection Resort donde, después de sobrevolar las misteriosas Líneas de Nazca, en vehículos 4x4 nos trasportaron hasta las zonas de dunas del desierto. Un lugar lleno de magia y paisajes sorprendentes.
La travesía, emocionante por los desniveles deslizantes de las crestas de las dunas, culminó en la visión de esto que os muestro en nuestra foto: una cena de lujo, en un ambiente onírico, bajo las estrellas, en esa carpa que invitaba al reposo y a la ensoñación, que invitaba a desear que aquel momento no acabara jamás.
La travesía, emocionante por los desniveles deslizantes de las crestas de las dunas, culminó en la visión de esto que os muestro en nuestra foto: una cena de lujo, en un ambiente onírico, bajo las estrellas, en esa carpa que invitaba al reposo y a la ensoñación, que invitaba a desear que aquel momento no acabara jamás.
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