LA COSTA DE LOS ESQUELETOS
Existe un lugar que en tiempos fue maldito, una trampa mortal para los barcos que navegaban cerca de sus orillas, un lugar al norte de Namibia donde las playas estaban repletas de antiguos navíos embarrancados y esqueletos de ballenas varadas. Los nativos llamaban al lugar la tierra que creó la ira de Dios. Los marinos portugueses, las puertas del infierno.
Pero de esto hace ya muchos años, muchas décadas, siglos quizás. Ahora es el destino que hemos elegido para nuestra luna de miel. Llamadme rara si queréis, pero sitios como estos solo se visitan una vez en la vida y yo, espero, también organizo mi luna de miel pensando en que será una vez en la vida. Ya habrá tiempo para viajes más cercanos, para playas cálidas, para resorts de “todo incluido”. Ahora voy a lo grande, ahora nos toca Namibia.
Me cuentan, y es lo que voy a hacer, que recorrer este país es una experiencia única: subir por sus desiertos de enormes dunas, desde donde pretendo deslizarme bajando por la arena, como niños en la playa. Circular por inhabitadas montañas rojizas, punteadas por plantas que parecen salidas de cuentos. Deslizarse con el vehículo por pistas de sal por territorios infinitos donde aún perviven fósiles vivientes, como la extraña welwitschia mirabilis, unas plantas que se arrastran por estos desiertos desde hace más de quinientos años. Deambular entre enormes bloques de piedras en Twyfelfontein, donde antiguos bosquimanos grabaron figuras de animales que hoy ya no existen en la zona. Ver el misterioso Vingerklip, el dedo de Dios, en medio del gigantesco cauce de un río que hace siglos que desapareció. Recorrer las pozas de Etosha para encontrarse frente a enormes elefantes que bajan a saciar su sed, o los leones, o a los guepardos, o los antílopes, o las jirafas.
Pero sobre todo, deseo con impaciencia tomar nuestra avioneta en Swakopmun, en dirección al norte, para sobrevolar la Costa de los esqueletos, donde tantos barcos embarrancaron y cuyos restos aun hoy se pueden ver. Hasta aterrizar en el territorio de la tribu Himba, una de las más aisladas del mundo. Allí, como perdido en el tiempo y en otro planeta, nuestro alojamiento, el Serra Cafema Camp, uno de los más remotos alojamientos de lujo del África Meridional.
A este pequeño alojamiento, de solo 8 lujosas cabañas, solo se puede acceder por avión. El río Kunene es la única fuente permanente de agua y crea un oasis a lo largo de sus orillas rodeado de montañas escarpadas y dunas de arena. A menudo, me cuentan, las familias de los nativos Ovahimba, que habitan en las cercanías, visitan el Serra Cafema brindando a los huéspedes la oportunidad de aprender sobre su estilo de vida y tradiciones.
Unas buscan una isla para perderse, yo, para este momento de mi vida, me pierdo de verdad, en Namibia.
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